2/3/08

El vendepenas

EL VENDE-PENAS

Debajo de aquel bombín negro, como todo bombín negro que se precie de serlo; con tez blanquecina y ojos ensimismados ante el escaparate de unos grandes almacenes, D. Benedicto contemplaba la curiosa manera y estudiadas intenciones de venta, que caracterizaban los productos expuestos.
-Dan pena. La verdad es que dan pena. Pero una pena ausente de ellas mismas. Es una pena recíproca hacia el posible comprador. Si cualquiera de los transeúntes se considerase más guapo que los maniquíes, estos se echarían a llorar. Y aquellos, en vez de intentar mirarse ante este espejo traicionero, lo esquivarían para no contagiarse de los harapos que llevan puestos los muñecos. Pues por mucho renombre de la marca, los pantalones, el jersey o el abrigo están deshechos, deshilachados y convertidos en trapos. ¡Joder con la elegancia de las manititis éstas!, Si no fuera por que estoy delante de un escaparate, juraría que me he perdido en una callejuela donde se vende carne para saciar los instintos más básicos.
Pensativo, D. Benedicto siguió su camino hacia la pensión. La casera servía la cena a la siete y no consentía la impuntualidad en las comidas. Aunque lo gracioso era, que la casera respondía al nombre de Angustias de las Horas Cuesta.
Ya en la cama y con el bombín sobre la mesita, Benedicto daba vueltas sin conciliar el sueño. No sabía si era por la falta de sustancia del cuenco de sopa recalentada del día anterior, que se afanaba por impregnar todas las paredes del estómago, o por los pensamientos que le acudían a su cabeza recordando aquel escaparate. De vez en cuando los faros de un coche inundaban la habitación y como luces escénicas, enfocaban el cartel de la pared frente a la cama. Un gran titular anunciando la obra de teatro en la que D. Benedicto fue figura principal y protagonista durante 334 funciones consecutivas de gran éxito. Entre los recuerdos de aplausos y felicitaciones, un sueño cansino y ausente de descanso se adueña de la pulida cabeza sobre la almohada. Quizás mañana haya plato hondo.

- Buenos días D. Benedicto, ¿tentando otra vez la suerte?

Pablo Cortes, el portero, siempre era muy amable, aunque hoy el saludo era diferente. Otras veces se había limitado a saludarlo sin ningún añadido personal tan directo. Tentar a la suerte es de toreros y ludópatas. El cometido de esa mañana era muy diferente.
El despacho de D. Galindo, estaba situado junto a la salida del escenario, después de los camerinos y el cuarto de los vestuarios. El pasillo se acortaba entre diferentes saloncitos que aparcaban a sus lados las entradas a los palcos y graderíos. Y no como un torero, sino como alguien seguro de sí mismo, el actor llama a la puerta mientras extrae del bolsillo de la chaqueta, la carta que le escribiera su amigo Julio la semana pasada.

- Hola Bene. ¿Qué tal estás?. ¿Recibiste mi carta?.
- Me alegro de verte Julio. Sí, aquí la tengo. ¿Qué es eso de una representación esporádica mientras se vende?.
- Verás. Hace un mes, una agencia de publicidad, contactó con un amigo mío al que le solicitaban actores para cierto trabajo mercantilista. Este amigo mío, estaba comprometido con otros asuntos y como sabes, en el mundo de la farándula, los contratos no llueven del cielo todos los días. Mi amigo no quería dejar escapar lo que tenía entre manos, ni lo que le ofrecía la susodicha agencia. Me llamó para arreglarlo buscando un actor comprometido y responsable. Pensé en ti y aquí estás.
- Si, pero en la carta me cuentas que no hay que representar un papel, sino varios. ¿Cómo se actúa vendiendo?. No dudo que los vendedores representen un papel mientras venden, pero un actor vendiendo... Vamos, que no lo veo.
- La agencia te explicará con más detalle el protocolo que has de representar. Es una buena oportunidad que puedes aprovechar para cambiar ese bombín descolorido y ceniciento, a la vez que quitas el aire a tus entrañas con algo sólido.
- Quizás no esté pasando por un buen momento, pero la valía de mi talento no merece desprecios culinarios, ni estilísticos sobre mi vestuario. Reprochó D. Benedicto.
- Perdona, no quise ofenderte. Pero el estómago no entiende de arte y el tuyo delira por un papel que represente un menú o comida a la carta. Vamos, no pierdes nada intentándolo.
- Tienes razón, si el estómago entendiera de arte, se saciaría de actuaciones, exposiciones pictóricas y demás manifestaciones que exaltan el alma. Y la única debilidad o vahído, sería la emoción sentida ante la originalidad y la creación. De manera perversa, mis entrañas se han devorado los pocos tesoros que este oficio me ha dado, con el intercambio de prestamistas y casas de empeño. Necesito trabajar.
- ¿De acuerdo entonces?. Bien. Aquí tienes la dirección de la agencia. Esta misma tarde puedes pasarte por allí. Llamaré por teléfono para decirles que les harás una visita.
- Gracias Julio. Te lo agradezco de verdad. El ego de un artista a veces es más grande que sus posibilidades o limitaciones, y el mío no es que se agigante; sólo parece más grande cada día en comparación con la masa del cuerpo que la sostiene.
La agencia sólo distaba media hora andando desde el teatro que le dio fama a D. Benedicto. Sin darse cuenta, estaba llamando de nuevo a otra puerta preguntándose si soplaría con arrogancia su orgullo, o por el contrario diría que sí a todo lo que le pidieran, aunque fuera un disparate. El ruido de sus tripas le hizo decidir.

- Buenas tardes Srta... Balbuceó bajo el bombín, al ver materializarse uno de los “manititis”, maniquíes del día anterior.
- Buenas tardes Sr. ...
- Benedicto Perfecto. Mi amigo D. Julio Galindo de la Plata, me envía para el trabajo de representación.
- Pase, pase, el Sr. Galindo nos ha informado al respecto. Siéntese, la responsable de publicidad le atenderá enseguida.

Por segunda vez en su vida, el actor de quien la crítica solo pudo aplaudir sus representaciones, se sintió empequeñecido y fuera de sitio. La primera ocurrió en una obra de teatro del colegio; cuando se le olvidó un texto y su profesor le gritaba las palabras desde el lateral del escenario. Desde entonces, decidió entregarse en cuerpo y alma al mundo del teatro. El suceso del colegio, significó el bautizo de la excitación que puede sentir un actor, ante un graderío lleno de personas, pendientes de la actuación y caracterización de un autentico manipulador de los sentimientos de la gente.

- Como el escaparate de la tienda. Sólo tengo que disfrazarme y actuar. Si un vendedor actúa, que no puede vender un actor. Pensó.

La voz de la señorita invitándole a pasar a un despacho, sacó a D. Benedicto de sus pensamientos.

- ¿Sabe Ud. en qué consiste el trabajo?. Preguntó inquisitivamente otra señorita que parecía hermana gemela de la anterior, pero con el pelo teñido de color vino.
- Creo que sí. Tengo que hacer una representación mientras vendo. Lo que no sé con certeza, qué producto tengo que vender. Dijo D. Benedicto mientras buscaba un cartel sobre la mesa de la inquisidora. Menuda manera de comenzar un trato. Sin presentaciones ni formalidades.

Con una sonrisa de ojos brillantes, Aurora Sarmiento, respondió:

- Nada que no tenga todo el mundo. Incluso usted.
- No entiendo, ¿cómo voy a vender algo que tiene todo el mundo?. Es absurdo.
- Todo el mundo lo tiene, pero lo ignora. Como le he dicho, hasta usted lo posee. Cuando ha entrado por esa puerta y ha contestado a mi primera pregunta, incluso me lo ha vendido.

D. Benedicto intentaba no abrir la boca de asombro, pero esperó en silencio el resto de la explicación.

- Pena Sr. Benedicto Perfecto, pena. Todas las personas tiene pena y sin embargo no hacen más, que comprarla a todas horas. No conformes con su existencia, intentan consolarse comprando las cosas más absurdas que le alivien de su soledad, depresión, problemas, angustias y miserias, que no son otra cosa que un producto inventado para seguir vendiendo pena. ¿Lo coge Benedicto?.
- Mas o menos. Pero si está tan estudiado la venta de pena, ¿para qué quieren ustedes un actor?
- Porque hay que abrir nuevos mercados. Todo el mundo ha comprado la pena de caperucita roja, la bella durmiente, cenicienta, el gato con botas, los tres cerditos..., si quiere continúo.
- No hace falta, me hago una idea.
- Sin embargo, el lobo feroz, el coyote, el Conde Drácula, Frankenstein y todos los seres engendrados por el miedo existencial de la humanidad están ahí, sin salida. En el paro obligado. Sin un futuro prometedor porque no dan pena. Son la representación de nuestros miedos y fracasos, y como tales no queremos ni verles. En este punto entra usted en acción. Necesitamos vender nuestros propios engendros deformes. Dotarles de una estética desenfrenada y pasional. La sociedad tiene que comprar su propia pena con la que se identifique. No los edulcorantes de color rosa y vinilo de los siete enanitos, la abuela de caperucita o de la ratita presumida.
- Entonces, me disfrazo de zombi y llamando de puerta en puerta, ofrezco pena pasional de primera calidad a pagar en cómodos plazos sin intereses. Rechistó D. Benedicto con sarcasmo y asombro.


Una carcajada salió de una boca llena de dientes cuadrados perfectamente alineados. Aurora meneó la cabeza y contestó.

- No hombre, no. No se trata de eso, aunque las intenciones no se diferencian mucho. Su trabajo consiste en hacer un anuncio publicitario para una marca comercial. En un spot televisivo, se contará una pequeña historia, algo perversa si lo prefiere, donde se exalten los valores macabros de sus protagonistas. Esos valores, Sr. Benedicto, son los que hay que vender en pequeñas dosis. Aunque lo que realmente estará vendiendo serán ataúdes y servicios de pompas fúnebres de una conocida funeraria, que nos ha pedido que le fabriquemos dicho spot.
- ¿Ataúdes?. Exclamó Bene con los ojos muy abiertos.
- Sí. Aquí tiene el guión con los personajes que tiene que interpretar. Lo estudia y si le convence empezaremos a trabajar de inmediato. El anuncio tiene que estar resuelto en menos de cuatro semanas. Todo el equipo de esta empresa ya tiene preparado todos los detalles. Sólo nos faltaba un actor, es decir usted.

D. Benedicto hojeó sorprendido el guión a la vez que sus tripas se revolvían como caballos encabritados. No sabía si ahora era hambre, o una respuesta orgánica a lo que acababa de escuchar.

- Podría usar el servicio Srta. Aurora. Tengo necesidad...
- Por supuesto, mi compañera le indicará el camino.

Casi no pudo abrir la tapa del inodoro, cuando una amarga arcada intentó expulsar los líquidos gástricos de su malogrado buche. Tosiendo se esforzó en retener los fluidos estomacales.

- No vaya a ser que además de flaco y esquelético por la abundancia de víveres, además me deshidrate. Dijo D. Benedicto, irónico.

Mirándose al espejo, notó que su aspecto era el de un espectro. Blanco y son los ojos humedecidos, pero con una expresión que le sorprendió.

- Y porqué no. El aspecto tétrico ya lo tengo. No hará falta ni maquillarme. Si hay que vender ataúdes, se venden ataúdes.
- ¿Todo bien?. Se Interesó Aurora.
- Disculpe, pero tengo el estómago delicado y todo este asunto sobre féretros y penas comerciales me lo ha puesto patas arriba.
- Comprendo. Bueno, cuando haya leído el guión volvemos a hablar. Pero no tarde en contestarme.
- No hay nada que pensar. Acepto el trabajo. Al principio me resultaba chocante y quizás macabro, pero no deja de ser un trabajo. Hammlet en versión moderna, podría decirse. Además mi situación económica es bastante precaria. Por cierto, cuánto dinero percibiré por la actuación.
- El contrato es una mera formalidad. El rodaje durará entre dos y tres semanas. De todas formas sus honorarios serán 3.000 €. De esa cifra tendrá que descontar impuestos y la comisión de su amigo Julio. ¿Le parece bien?.
- Por supuesto. Habría aceptado por la mitad. En cuanto a mi amigo Julio ya hemos hablado al respecto. Sólo quiere que le invite a comer y que yo le acompañe.
- Mi compañera Margarita se ocupará del papeleo. Le llamaré dentro de un par de días.
- Gracias y encantado. No tengo teléfono, pero puedo facilitarle el de la pensión donde me hospedo. La casera me tendrá al corriente.
- ¿No tiene usted un teléfono móvil?. En estos tiempos se ha convertido en una parte más de nuestro cuerpo.
- Bastante me muevo yo a lo largo del día, y si tuviera que depender de algo más, tendría que vender parte de mi cuerpo. El cambio no me parece bueno. ¿No cree?.

Aurora le miró sin ninguna expresión en la cara, pero los ojos expiaban profesionalmente al hombre enjuto que se erguía con cada palabra que pronunciaba.

- Sin duda este trabajo está hecho a su medida. Seguro que hará un buen papel.
- Ya.

Una excitación se filtró hasta la médula del actor cuando comenzaron los rodajes. Volver a actuar siempre supone una sobredosis de éxtasis difícil de explicar. El ajetreo, las prisas, el desorden y el olor a cristal quemado de los focos, son una mezcla explosiva para alguien como Benedicto.
- ¿Ha pasado por maquillaje?. Le preguntó el director.
- Vengo de allí.
- ¿El guión correcto?. Tiene apuntes en letra grande debajo de cada cámara. ¿Comprende?.
- No hay problema.
- Perfecto. Atención, rodamos la escena en 20 segundos. Vociferó.

D. Benedicto se acomodó en su sitio y esperó.
Desde realización observaban la escena y alguien dijo con sorna.

- ¡Vaya con el tísico!. El hambre no le ha afectado igual en todos los miembros.

Completamente desnudo con unas cadenas en el hombro y una bola negra sobre las manos, Benedicto el actor demudó su rostro y se evadió de su persona. El personaje entró en su cuerpo y...

- ¡Acción!.

Largo silencio de cinco segundos. El equipo de rodaje esperaba con ansia las palabras del actor. Mientras, éste se recreaba con la cámara.

- Si pena es lo que quieren, que primero la vean y luego la oigan. Murmuró Benedicto entre dientes.

Tres segundos más y la impaciencia de los presentes... Por fin, la voz lastimosa de algo etéreo se escuchó en el audio.

- No tuve tiempo de formalizar mi último camino. La vida, qué ingenuidad, me absorbía mi ser sin darme cuenta. Un día, un desconocido llamó a mi puerta y maldita la hora en que hice caso a la llamada. Y así, como me ven, fui encadenado al negro abismo de los desheredados.

Larga pausa de tres segundos mientras que aquel despojo de piel y huesos se da la vuelta a la vez que juguetea con la bola.

- No le dé la espalda a su destino, vístase para la ocasión, los complementos vienen incluidos en el lote.
- ¡Corten!. La toma vale. ¡Benedicto, nos ha tenido en vilo unos instantes, pero ha resultado genial!, Avíseme antes si va a improvisar otra cosa. Nos vemos en dos horas en la próxima escena. Ya sabe, Drácula y sus ataúdes.

La actuación había sido soberbia. En el laboratorio los efectos de montaje recrearon el primer anuncio. Después de la interpretación, solo hacía falta agregar los titulares, el lema de la funeraria y su nombre. La misma voz antes sarcástica, musitó:

- ¡Qué pasada!, Una joya con mil facetas. Como todo lo haga igual de bien...

Sentado en una habitación del mini-estudio, D. Benedicto disfrutaba de un café caliente que, aunque le apedreara el estómago, le sabía a gloria. La morbosidad de superar a la adversidad. El estómago recibía de este modo una lección de lo que las personas son o pretenden de sí mismas. El concepto de superioridad de la mente frente a la carne.


Unos nudillos golpean la puerta y llaman al nuevo héroe del estudio.

- Sr. Benedicto, siguiente escena en treinta segundos.
...
...
...

- Sr. Benedicto, si quiere la cena le espero en treinta segundos. ¿Sr. Benedicto?.

- Ya voy chapoteó desde la cama. ¡Joder, si estoy en la pensión!. ¿Cuánto tiempo he dormido, Angustias?.

- Lleva tumbado todo el día desde que se acostó anoche. Pero... ¡Dios mío!, ¿Qué es eso?. Está usted lleno de sangre.

- No diga barbaridades, es maquillaje para el rodaje de Drácula y sus ataúdes.

- ¿Qué rodaje?, ¿Está usted enfermo?. No me extraña, esa vida de privacidad que lleva no es propia ni de un ermitaño. Dijo Angustias acercándose.

- ¡Virgen Santa!, Si ha vomitado sangre.

- Vaya, qué pena, ahora que tenía que hacer de Conde Drácula...

- Diga usted que ha hecho una salida vampírica esta noche. ¡Está ardiendo de fiebre!.


Angustias intenta incorporar al hombre de su lecho y le sorprendió que pesara tanto, dado su delicado metabolismo.

- ... y después, el loco doctor y sus experimentos macabros. ¡Angustias, tengo que actuar, me esperan en treinta segundos!.
- ¡Voy a llamar al médico enseguida, está con un pie en la tumba.!
- No se preocupe, me he vestido para la ocasión. Además, tengo un vale con descuento. Dijo sonriendo.
- ¡Angustias, dentro de diez segundos...! pero el telón está cayendo. Imposible, tengo que representar mi mejor actuación.
- ¡Tres segundos!. Agoniza D. Benedicto Perfecto Delgado incorporándose de la cama.
- ¡Acción!.


El cuerpo del hombre rueda al suelo, mientras el personaje levita por el dormitorio saboreando los aplausos del público. Angustias petrificada, sólo puede colgar el teléfono del pasillo, al oír un ruido sordo sobre el pavimento.


FIN.

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